Problemática 012: Guerra: justificaciones y razones.

Problemática 012: Guerra: justificaciones y razones.

HACIA LA FORMACIÓN DE LA CAPACIDAD VALORATIVA


Toda guerra, sea ofensiva o defensiva, se justifica por sus actores de una u otra forma y con unos u otros argumentos. El estudio axiológico y ético-político de las guerras es necesario para poder construir el mundo de paz que necesita la humanidad. La evaluación de las guerras en los últimos cuarenta años, desde que la doctrina neoconservadora se transformó como la dominante en las elites del poder en EEUU, es un ejercicio del conocimiento básico para comprender sus actuales tendencias. Después de los estudios realizados de la fenomenología de la guerra estas próximas lecturas fortalecerán la capacidad evaluativa y valorativa de las tesis que permitirán encontrar las debilidades o limitaciones de los autores. La crítica es inmanente en los textos, y en eso se debe coincidir pues las tesis de los marxistas han sido validadas en la praxis. Si es inmanente, de lo que se trata es de comprender e interpretar en donde están los sofismas de cada texto. Y para ello hay que hacer muchas preguntas y generar los problemas de estudio.

¡Exitos en esa tarea!
  Profesor Dr. E. Wong Maestre 


Problemática 012: La Guerra y su Justificación en la óptica de cuatro analistas orgánicos al sistema capitalista.

TEXTOS:

1.    Golfo Pérsico: El mundo de la posguerra. Por Ezra Shabot (*)1 abril, 1991.
2.    La nueva amenaza global. Editorial Nexos  N/A. 1 octubre, 2001.
3.    Política de la contemplación. Por Jesús Silva-Herzog Márquez. 1 mayo, 2011.
4.    Por qué es imposible ganar la «guerra contra el terror». Por John Gray, 5 octubre, 2017.

Lea las preguntas, compréndalas y luego estudie los textos, encontrando sus planteamientos centrales o tesis y estudie interpretando sus argumentos de cada una. Después confróntelos con la realidad actual y la historia, y detecte las contradicciones. Ese es uno de los métodos sugeridos para avanzar en sus Tesis de Maestria y en cualquier investigación. 

PREGUNTAS GENERADORAS EN DOCE ITEMS:

1.    La luz de los 30 años transcurridos desde que Ezra Shabot escribió en 1991 “Golfo Pérsico: El mundo de la posguerra”  que “las hipótesis que suponían la catástrofe de occidente en esta campaña resultaron totalmente erróneas” ¿Estaba en lo cierto Shabot? ¿fue lo suficientemente de visión estratégica Shabot o de visión cortoplacista?¿qué ha ocurrido realmente después de pasados estos treinta años en el Golfo Pérsico? Comente.
2.    Según Shabot,  “los pronósticos sobre las consecuencias de decadencia norteamericana -europea y el potencial de una cultura islámica bajo la dirección de un dictador carismático como Saddam Hussein, se hicieron añicos ante una nueva realidad”. ¿Puede evaluarse la decadencia de un imperio por una determinada coyuntura?¿esto no es una inferencia que conduce a una falacia o un  sofisma?
3.    ¿Cómo se muestra a la luz de estas tres décadas el potencial de la cultura islámica? que no necesariamente se manifiesta por uno u otro de sus líderes sino por la propiedad de los pueblos de autorregular su cultura para resistir la transculturalidad, los embates políticos y persistir en su independencia. Reflexione.
4.    ¿Por qué concluye Ezra Shabot que el cambio en la estructura de poder internacional modificó sustancilamente la estrategia de las potencia de Occidente?¿En qué consistió la nueva estrategia a partir de 1990-1991? Explique.
5.    Según  el editorial de Nexos “La nueva amenaza global” de octubre de 2001 (un mes después del atentado a las Torres Gemelas): “El daño inflingido en un escenario inaceptable ha sido suficiente para cambiar de manera radical la estrategia del mundo desarrollado, con Estados Unidos a la cabeza, respecto del terrorismo internacional (…) Estados Unidos tiene por fin el enemigo y la causa que necesitaba para funcionar como una potencia con misión”. ¿Qué logró EEUU con “funcionar como una potencia con misión”?¿Funcionaba antes EEUU como una potencia sin objetivos o misión?. Reflexione.
6.    Esta afirmación de Nexos: “el enemigo que había buscado inútilmente en el narcotráfico, los daños ecológicos o el sida, la causa que había inspirado sus cruzadas por la democracia, los derechos humanos, el libre mercado”, ¿podía sugerir que entre 1991 y 2001 EEUU creó tensiones justificativas para apoderarse del Medio Oriente hasta que ideó un auto-atentado contra el símbolo de las Torres Gemelas y obtener el respaldo de la población para desencadenar la guerra contra quienes en 1991 los había definido como gobiernos protectores del terrorismo?  Comente.
7.    La lógica de la guerra imperialista y su estrategia la expresó la revista Nexos al interpretar el ideal de George W.Bush en 1991 cuando afirma: “Los países que sigan protegiendo grupos terroristas en su territorio se volverán blancos potenciales del poderío militar americano y sus aliados. En primer sitio, Afganistán. Pero hacen fila por sus propios méritos Irak, Libia, Sudán, Argelia”. ¿Está expresando Shabota en esta afirmación que la lucha contra el terrorismo emprendida por Bush fue una justificación para preparar la guerra y asesinar o derrocar en este orden a Sadam Hussein (2001), Muhamar Al Gadaffi (2011), Omar Al Bashir (2019) y a Abdelaziz Bouteflika (2019)? ¿cuáles serían los elementos que distinguen el caso de Argelia de los restantes en cuanto al por qué en Argelia el plan de EE.UU no se pudo realizar totalmente?. Responda.
8.    Diez años después de la invasión de EEUU a Irak el investigador Jhon Gray en 2011 ¿reconoce que tanto Gran Bretaña como EEUU eran expresión de la cultura de la tortura? ¿En qué consiste la posición irónica de Jhon Gray destacada por Jesús Silva-Herzog en su artículo? Comente y describa.
9.    Seis años después el propio Jhon Gray explica “Por qué es imposible ganar la «guerra contra el terror»? Reflexione sobre los argumentos de Gray y exponga si los cree convincentes o indique cuáles son falaces:
10. Esta definición de Gray requiere reflexión crítica:  “El terrorismo es un término genérico bajo el que se engloban múltiples formas de guerra no convencional, cada una con sus causas y sus remedios diferenciados. Agruparlas todas dentro de una única amenaza global denota una clara incomprensión del fenómeno”. ¿En qué consiste ese fenómeno según Gray? Exponga su definición de terrorismo y coméntela.
11. ¿A qué se refiere esta tesis de Gray en su artículo del 2017?: “La idea de que las guerras son conflictos entre civilizaciones (surgida de una disputa interna estadounidense en torno a la cuestión del multiculturalismo y no como un auténtico intento de interpretación de las relaciones internacionales) no está respaldada por los hechos. Aplicada a los métodos militares no convencionales, cualquier referencia a un supuesto choque de civilizaciones carece de sentido alguno”. ¿A qué se refiere esta tesis? Comente.
12. Con cuáles argumentos Gray critica la apreciación del grupo de analistas estadounidenses que según él sostienen una tesis falsa. Analice esto: “Salvo muy contadas excepciones, los analistas estadounidenses han interpretado los grandes cambios observados en las relaciones internacionales durante las dos últimas décadas como síntomas de que el viejo mundo de las divisiones étnicas y religiosas, y de los conflictos entre las grandes potencias, está tocando a su fin. Ésa es una creencia que evidencia más la pervivencia de toda una serie de hábitos de pensamiento basados en la fe que una visión nítida de la realidad. El auténtico giro que está actualmente en marcha va justamente en el sentido opuesto: han reaparecido todos los viejos conflictos, aunque con nuevos protagonistas y un papel disminuido para Estados Unidos. El único cambio significativo reside en las nuevas tecnologías, que llevan esos conflictos a una nueva escala. Señale los 3 argumentos que considere más lógicos.
13. ¿Por qué Jhon Gray omite o elude el origen del financiamiento a los grupos  terroristas?¿puede un pueblo pobre gastar cientos de miles de dólares en armas y explosivos para hacer atentados o actos bélicos?. Reflexione sobre la postura de clase del autor al corroborar la omisión en sus escritos sobre el terrorismo.


En el marco del discurso occidental
Golfo Pérsico: El mundo de la posguerra

Por Ezra Shabot (*)
1 abril, 1991
CUADERNO NEXOS


El primer análisis que debería hacerse para comprender los resultados de la Guerra del Pérsico, es aquel que intenta explicar el porqué las hipótesis que suponían la catástrofe de occidente en esta campaña resultaron totalmente erróneas.

Después de la invasión iraquí a Kuwait en agosto del año pasado (1990), la opción de una respuesta armada por parte de occidente bajo el mando de los Estados Unidos, parecía conducir a otro Vietnam u otro Líbano, es decir a otro fracaso político militar producto de una lectura incorrecta del mundo de oriente desde la perspectiva occidental. Sin embargo, la realidad nos demostró hasta qué punto el cambio en la estructura de poder internacional modificó sustancialmente la estrategia de las potencias de Occidente, quienes parecen haber comprendido lo inútil de identificar los valores de su cultura con la de todo el planeta.

Pero en esta ocasión los pronósticos sobre las consecuencias de decadencia norteamericana -europea y el potencial de una cultura islámica bajo la dirección de un dictador carismático como Saddam Hussein, se hicieron añicos ante una nueva realidad. Así, ni las fuerzas aliadas perdieron diez mil soldados en cada uno de los días de la guerra, ni las masas árabes de los países de la coalición se alzaron en contra de sus regímenes y en favor de Hussein, ni Israel participó en la guerra -lo que hubiese implicado un factor de unificación árabe en torno al dictador iraquí- ni el ejército de Irak utilizó armas químicas y, por el contrario, resultó presa fácil de las tropas multinacionales ante quienes se rindió en forma masiva y sin presentar la resistencia que se esperaba.

Todos estos elementos son indicadores claros de que el régimen iraquí no representaba en realidad una opción popular dentro de su país, y la imagen de potencia militar que Saddam Hussein había difundido y que le acarreaba simpatías en países en donde el rechazo a lo norteamericano es parte de la cultura popular, fue sólo eso: una imagen incapaz de concretizarse en el campo de batalla.

El armamento que todo el mundo le había proporcionado a Hussein desde la guerra con Irán, fue insuficiente para enfrentar a los ejércitos de esos mismos países, que en una demostración de poderío tecnológico y eficiencia profesional lograron aniquilar rápidamente a una enorme fuerza armada carente de preparación para una guerra de este tipo y poco convencida del discurso de un líder al que aprendieron a temer, pero no a respetar.

La forma en que se produjo el triunfo de los aliados es un indicador importante del tipo de paz que surgirá, en especial en el Medio Oriente. Por una parte, los gobiernos árabes miembros de la coalición comienzan a hablar en términos de una alianza política e incluso ideológica con occidente. Se plantean ya necesidades de “democratización” como condición para lograr la estabilidad en la zona: este discurso es representativo de un lenguaje político que el mundo árabe no había considerado como propio pero que ahora lo asume como indispensable en la situación actual.

Por otro lado, y por primera vez, occidente parece haber entendido la especificidad de las pugnas en el Cercano Oriente, lo que explica en parte el no haber consumado directamente la victoria militar en Irak al abstenerse de atacar Bagdad y derrocar a Hussein. La rebelión popular que estalló una vez establecido el cese al fuego, cumplió la función de darle un fin auténticamente iraquí a la figura del dictador y evitar con esto el surgimiento de mitos que identificasen la imagen de Saddam con la del mártir asesinado por los infieles.

La solución árabe que tanto exigió Hussein para resolver el conflicto surgido a raíz de la invasión a Kuwait fue puesta en práctica al terminar la guerra es decir, que fueran los árabes y especialmente los iraquíes quienes acabasen con el poderío del dictador con la presencia directa de fuerzas occidentales.

A partir de esta realidad es muy probable que las soluciones a los conflictos en esta región se produzcan en los marcos del discurso político occidental, procurando evitar enfrentamientos con la cultura y costumbres de Oriente Medio.

La solución del problema palestino, de la soberanía de Líbano, del reconocimiento de Israel por parte de los países árabes, de la autonomía para los kurdos y de la invasión definitiva de fronteras entre todos los países de la zona, exige no una Conferencia Internacional de Paz, que resultaría insuficiente, sino la creación de un Consejo de Cooperación y Seguridad en el Medio Oriente que sirviese como mecanismo de integración entre estos países y que además tuviese entre sus funciones la de evitar que diferencias económicas o políticas entre gobiernos, se diriman por la fuerza, y la de supervisar que el armamentismo no llegue a convertirse de nuevo en una amenaza para la estabilidad de la zona.

En este escenario surge la necesidad de nuevos interlocutores, puesto que los derrotados en la guerra no tienen cabida en el nuevo orden a establecer; con lo cual, la OLP de Arafat y el Rey Hussein de Jordania entre otros tendrán que dejar su lugar a liderazgos capaces de acoplarse a la nueva estructura de poder internacional.

Todos aquellos que siguen manejando una lógica de poder para el principio de que la Guerra del Pérsico fue sólo un episodio más sin consecuencias inmediatas, también se verán obligados a ajustarse al nuevo esquema o abandonar su posición. Es este el caso de Shamir en Israel, Ratsanjan en Irán o Assad en Siria, quienes se ven hoy envueltos en el dilema de transformarse rápida y radicalmente o morir atados a un pasado que la guerra destruyó.

Oriente y Occidente se vuelven hoy a reencontrar con nuevas alternativas y con proyectos comunes.

Ezra Shabot. Politólogo y periodista. Colaboró en el cuaderno de nexos 32, febrero de 1991.
http://www.nexos.com.mx/?p=6141&

La nueva amenaza global

Nexos  N/A 
1 octubre, 2001

Nada tan serio como un hombre dispuesto a morir por su causa. El martes negro del 11 de septiembre recordó esa vieja verdad al mundo. Las grandes ciudades del planeta son vulnerables a la acción de grupos terroristas decididos a morir matando. La modalidad de guerra santa que sacudió a Norteamérica tiene recursos suficientes para desafiar cualquier región del globo.

Los servicios de inteligencia no pudieron impedir la catástrofe, porque nadie esperaba un golpe de esas dimensiones y porque la red de prevención no sólo es inadecuada, sino acaso imposible de adecuar. Ese tipo de atentados sólo podría prevenirse sometiendo a la sociedad a controles incompatibles con la esencia misma de la vida democrática.

La causa del terror puede inducir catástrofes en cualquier sitio, pero no es una causa popular. Las organizaciones capaces de grandes atentados se cuentan con los dedos de una mano. Los gobiernos que las protegen dentro de su territorio, también.

Ambos existen, de hecho, porque no han sido considerados hasta ahora un verdadero riesgo, político o militar, para la seguridad del mundo desarrollado. Parecían extravagancias islámicas, asiáticas, levantinas, africanas: una periferia deleznable con la que era posible convivir, aun si costaba atentados a embajadas y barcos estadunidenses en África o el Golfo Pérsico. No eran parte del mundo, sino un submundo tolerado, periférico, marginal.

El odio marginal del submundo golpeó sin embargo el corazón de la modernidad de Occidente. El daño inflingido en un escenario inaceptable ha sido suficiente para cambiar de manera radical la estrategia del mundo desarrollado, con Estados Unidos a la cabeza, respecto del terrorismo internacional.

Ese terrorismo demostró tener una capacidad de destrucción equivalente a la de bombardear Nueva York y el Pentágono. Ha pasado, por ello, de la periferia tolerada al primer plano de la agenda de la seguridad mundial. Lo hace de la mano del estupor, la ira, la urgencia de venganza y represalia de la única potencia militar del mundo unipolar que sucedió a la guerra fría.

Estados Unidos tiene por fin el enemigo y la causa que necesitaba para funcionar como una potencia con misión, el enemigo que había buscado inútilmente en el narcotráfico, los daños ecológicos o el sida, la causa que había inspirado sus cruzadas por la democracia, los derechos humanos, el libre mercado.

La magnitud del atentado en pérdida de vidas, destrucción de bienes y drama mediático, facilita los acuerdos internacionales para actuar contra la nueva amenaza global. El mapa del terrorismo es ya el escenario de una “guerra en marcha”, la “tercera guerra mundial”, una versión planetaria de la vieja “guerra de la pulga” donde enormes ejércitos modernos luchan contra pequeñas bandas invisibles. El mundo globalizado contra la globalización del terror.

Los principios que regirán esa guerra fueron trazados el mismo 11 de septiembre por el presidente de Estados Unidos: no habrá distinción entre los terroristas individuales y los países que les sirven de refugio. Los países que sigan protegiendo grupos terroristas en su territorio se volverán blancos potenciales del poderío militar americano y sus aliados. En primer sitio, Afganistán. Pero hacen fila por sus propios méritos Irak, Libia, Sudán, Argelia.

El temor a la guerra directa disminuirá seguramente los santuarios territoriales del terrorismo mundial. También sus refugios financieros. Sin bases de refugio estables, las posibilidades de supervivencia de estos grupos deberían disminuir al punto de la inexistencia.

Los riesgos de la estrategia son conocidos. La guerra convencional contra Estados protectores de terroristas podría encender a escala mundial conflictos tan sangrientos y resistentes al arreglo como el de israelitas y palestinos. Por su parte, la asfixia territorial de las organizaciones terroristas pudiera dar paso a un nomadismo del terror más suicida y peligroso.

Desde el punto de vista político, la “primera guerra del siglo XXI” ha tomado la forma de una cruzada mundial contra el terrorismo. La lucha contra el terrorismo se eleva por fin, afortunadamente al estatus de un valor universal, semejante al de la consagración en las últimas décadas de la democracia y los derechos humanos.

La lógica del proceso conduce directamente al problema del intervencionismo internacional en países o regiones que suponen un riesgo para la seguridad del mundo. También, al tema de la internacionalización de la justicia. Los Estados que en algún momento han apoyado a grupos terroristas internacionales serán forzados a tomar posiciones del lado de la cruzada antiterrorista. Entre ellas, dar facilidades para que fuerzas internacionales participen en la persecución de esos grupos.

En la fase de lanzamiento de la “nueva guerra americana”, como empezó a llamarla CNN a los pocos días del atentado, hay poco espacio para la reflexión sobre las causas estructurales de la nueva amenaza global. Menos aún sobre la responsabilidad de Estados Unidos y el mundo desarrollado en la siembra del odio que viene de esa periferia soliviantada, agraviada al punto de hacerle creer justa una guerra santa de sacrificios bárbaros y medios inhumanos.

Conviene no abusar de las palabras. La “tercera guerra mundial” no incluye a todo el mundo ni será una guerra en estricto sentido. Será sobre todo una operación policiaca de nivel planetario, conducida por Estados Unidos, que incluirá represalias unilaterales contra países y regiones cuya capacidad de respuesta es poca o nula.

Conviene también ser claro en las definiciones frente a este conflicto. Entre lo que representan los terroristas y lo que representan las ciudades americanas atacadas, no hay nada que elegir. Con todas las omisiones y responsabilidades históricas que quieran atribuirse a sus gobiernos, en la cruzada que se inicia, los valores de la modernidad, la libertad y la democracia están del lado de los agredidos. Los de la intolerancia, el odio, la locura religiosa y el suicidio colectivo del lado de los agresores.

Si la “tercera guerra mundial” ha de librarse entre lo que representan las Torres Gemelas, de Nueva York, hoy desaparecidas, y lo que representan los usos y costumbres del régimen talibán. que da cobijo territorial a Bin Laclen, hay que manifestarse por lo primero. Pero Afganistán no debe ser arrasado. La civilización no puede imponerse con los instrumentos de la barbarie, n



Política de la contemplación

Por Jesús Silva-Herzog Márquez ( )
1 mayo, 2011

En febrero de 2003 John Gray publicó un artículo en New Statesman. Se titulaba: “Tortura: una modesta propuesta”. Desde el título, evocaba esa pieza genial de la sátira británica en la que Jonathan Swift ofrecía consejo para superar la pobreza de las familias irlandesas: convertir a los niños pobres en alimento para los ricos. Así, los niños serían, en lugar de una carga para sus padres, una valiosa contribución al sostenimiento de sus familias. Swift hacía cálculos precisos sobre los niños que debían destinarse al alimento de las clases altas, bosquejando las enormes bondades económicas y morales del plan: capitalizaría a las familias pobres, alentaría la inversión en las tabernas, serviría de regulador demográfico (sobre todo de los católicos), fomentaría el matrimonio e incluso el amor entre los esposos (un marido querría tanto a su esposa como quiere a sus vacas). Swift aclaraba sus intenciones: no me mueve más que el interés público de alentar nuestro mercado interno, atender a los niños, cuidar a los pobres y satisfacer los legítimos placeres de los ricos.

Gray publicaba su alegato por la tortura antes de la invasión a Irak, convencido de que la práctica volvería a ser aplicada y que encontraría defensores. Sin ocultar demasiado la clave de su escrito, el profesor de pensamiento europeo de la London School of Economics salía en defensa de la tortura como una institución clave de la civilización liberal de nuestro tiempo. Si Voltaire y Montesquieu denunciaron los tormentos, era porque combatían monarquías absolutas, regímenes antiliberales. Pero hoy la tortura es amiga de la civilización liberal. Es urgente abandonar nuestros prejuicios, cambiar las leyes para regular la aplicación de los suplicios a los enemigos de la libertad e inaugurar cursos en las universidades para preparar técnicamente a los interrogadores coactivos. Desde luego, habrá que cuidar a los torturadores: reconocer sus servicios a la sociedad y ofrecerles ayuda psicológica por las dificultades de su trabajo. El mayor reto de la libertad, concluía Gray, es diseñar un régimen moderno de tortura legal.

Naturalmente, hubo quien no entendió la ironía y se escandalizó con la modesta proposición del profesor. Algunos decidieron cancelar su suscripción al semanario por haberse atrevido a publicar tal monstruosidad. En realidad, la aberración no solamente se aplicaría muy pronto en las cárceles de Irak, sino que encontraría justificación legal en documentos redactados por los asesores del presidente de Estados Unidos. La ironía cuadraba a la perfección. Una invasión concebida como intervención liberal convertía la tortura en instrumento de la nueva Ilustración. Torturar a nombre de los derechos humanos.

John Gray se ha dedicado a estudiar y a cuestionar el liberalismo. Empezó a ser conocido como uno de los defensores de la revolución thatcheriana. Durante algún tiempo vio en ella “el principio de realidad en faldas”. Lo que le atraía a Gray de ese realismo era que, en un principio, avanzaba a través de la improvisación: no era la aplicación de un programa, sino la respuesta a desafíos del momento. Gray admiraba la fuerza de Thatcher para oponerse al comunismo, su determinación de limitar el poder de los sindicatos y su lucha contra la inflación. Ella lo consideraba de los suyos. Pero cuando, a fines de los ochenta, cayó la Unión Soviética, se percató que era tan antineoliberal como anticomunista. Mientras unos celebraban el 89 como el final de la historia, Gray olía el renacimiento del dogmatismo. Rompió así con Thatcher y sobre todo con quienes (elogiándola o maldiciéndola) se convirtieron en sus discípulos. La prudencia conservadora de Thatcher se transformó en una misión planetaria. El dogmatismo asesinó al conservadurismo. Soltando el resguardo de la prudencia, se convirtió en un proyecto radical, revolucionario. La Dama de Hierro quiso emplear todos los instrumentos del Estado para rehacer la economía y la sociedad. El poder público como una bomba para eliminar todos los rasgos desagradables del pasado: un aparato al servicio de un proyecto.

Así es como John Gray ha denunciado un “leninismo de mercado”. En 1999 publicó Falso amanecer en donde desplegaba su pesimismo frente a la utopía de la globalización bajo la democracia liberal y el capitalismo. La economía de mercado no es el retorno a la naturaleza, no es la eliminación de las fastidiosas trabas de la política para el intercambio venturoso. Toda economía requiere intervenciones inteligentes que aseguren y promuevan la cohesión. La globalización liberal que muchos festejaban en aquellos tiempos, era pintada por Gray como un mito, una utopía postotalitaria que produciría anarquía y miseria. Respondiendo rápidamente a Fukuyama, ese famoso enterrador de la historia, Gray apuntaba: la benéfica catástrofe de la Unión Soviética no inaugurará la armonía posthistórica. Por lo contrario, significará el retorno a la historia de siempre: lucha de potencias, diplomacia secreta, reclamos innegociables, guerra.

La utopía del 89 ratificaba una convicción en Gray: el hombre es un animal que se empeña en adherirse a la ilusión. No busca verdad, sino consuelo. Se engaña con dioses… y con filosofía política. El liberalismo puede ser uno de esos engaños: una utopía que otorga permiso para cometer atrocidades. De hecho, Gray niega el singular, para destacar dos caras liberales. El primero es el liberalismo de las reglas, el segundo el liberalismo del tacto.

El primer liberalismo proyecta un ideal de vida y confía en su capacidad de ofrecerle al mundo la mejor política. John Locke no fue un escéptico sino un hombre de fe que, tras conocer la verdad, impone al gobierno del deber de promoverla. Si establecemos las bases para ello, todos llegaríamos a un acuerdo: a un consenso racional donde anclarían las reglas y las instituciones. Este liberalismo sueña con un régimen universal y homogéneo. La ambición del otro liberalismo parece mucho más modesta: lejos de trazar la silueta del régimen ideal, aspira tan sólo al acomodo, a un arreglo de convivencia entre distintas formas de vida, a un modus vivendi, a la convivencia pacífica. No cree en un único pacto, una única constitución, un paquete único de derechos. Cree, por el contrario, en la necesidad de reconocer distintos regímenes, distintos principios, distintas formas de organización social. Retomando la idea de la elección trágica de Isaiah Berlin, Gray cree inevitable el pleito de estas cuerdas liberales: “De un lado, es un ideal del consenso racional. Del otro es una solución al problema de la coexistencia pacífica. No se trata de variaciones de un mismo ideal. Son proyectos rivales que expresan filosofías rivales”.1 Gray no duda: hay que optar por un liberalismo sin código: un liberalismo que renuncie a ser un ideal moral para convertirse simplemente en un arreglo político.

La política es para él un repertorio de remedios, no un proyecto de salvación. Coincide con Oakeshott al rechazar la noción del poder como una palanca que mueve el mundo; con Berlin en su antipatía por la arrogancia de la razón ilustrada, con Santayana quien advirtió que la peor amenaza para el liberal son las ilusiones del liberalismo. Gray cree que la historia de las ideas obedece a la ley de la ironía. Es cierto que las ideas tienen consecuencias, pero rara vez son las que sus autores esperan y nunca son solamente esas las consecuencias. Frecuentemente, el producto de la teoría política es alentar los valores contrarios a los postulados. Cría ideas y te sacarán los ojos.

Gray denuncia, sobre todo, una intensidad de pensar que deviene hermética. En el ateísmo militante de Dawkins, Hitchens, Dennet o Pullman encuentra una simpática cruzada religiosa. Pensar, como Richard Dawkins, que la religión es un virus, es consagrar la ciencia como sacra vacuna. La clerecía del ateísmo anuncia la buena nueva de la Razón. Se ha acercado Gray de este modo a un ecologismo profundo, casi místico. En 2002 publicó Straw Dogs, un vehemente manifiesto contra el humanismo. El título proviene del Tao Te Ching: “Los cielos y la tierra son despiadados y tratan a todas las criaturas como perros de paja”. En el epígrafe está la clave de este libro: todas las criaturas: animales y humanos en desgraciada hermandad.

El enemigo no es ya simplemente la religión neoliberal sino la religión de la ciencia: el humanismo. Ismo es el sufijo de una idolatría. Comunismo, nacionalismo, racismo, machismo, humanismo: atropellos fundados en algún prejuicio. El humanismo, esa confianza de que somos la criatura privilegiada de la Creación, esa arrogancia de que podremos controlar nuestro destino gracias a nuestra inteligencia es la infección que nos enferma desde hace dos mil años y medio. Para Gray, el humanismo es una versión de la doctrina de la salvación. Su dios será distinto pero el propósito de redención es idéntico: cambiando el rezo por el experimento, el hombre logrará la verdad y, a través de ella, la paz. La ciencia es el templo del antropocentrismo. En los laboratorios se sostiene la fe de nuestra excepción en el cosmos. Los caracoles no hacen más que arrastrarse entre las plantas, los humanos, en cambio, caminamos cargando un microscopio.

Frente al humanismo Gray opone una hermandad natural: somos animales como las lombrices y los búfalos. Nuestro destino es idéntico al de ellos. Compartimos casa y no habría razón para pretendernos esencialmente distintos por el hecho de fabricar telescopios. El progreso es un mito, la ciencia es una nueva superstición, la libertad es una fantasía, la tecnología es un monstruo incontrolable, la moralidad un lujo, la justicia una moda semejante a la forma de nuestros sombreros. En breves postales que brincan de Darwin a Pessoa, de la violencia de los orangutanes a la experiencia de vivir en un campo de concentración; de Sócrates a Buda, de los cuervos que mienten a los filósofos que sueñan, John Gray compone una fantasía apocalíptica en la que la epidemia humana será eliminada para restablecer el equilibrio de la tierra. Sus razonamientos son más estrepitosos que convincentes. El siglo que viene será el final de la Era Cenozoica, era de los mamíferos. La rapiña humana terminará el reinado de los mamíferos. Vendrá un tiempo de empobrecimiento biológico que puede ya bautizarse como la Era Eremozoica: la Era de la Soledad. La humanidad podría encontrarse sola en el planeta dentro de unas décadas. Pero después será la humanidad misma la que será barrida del planeta. El mundo felizmente reverdecerá, libre ya del homo rapiens.

Detrás de la denuncia a las idolatrías se esconde una crítica al fanatismo de la acción. La política ha sido entendida como conquista del atrevimiento humano, una hazaña de su ambición. “Para aquellos para quienes la vida significa acción, el mundo es un escenario en el que practican sus sueños. Durante los últimos siglos, por lo menos en Europa, la religión ha declinado, pero no estamos menos obsesionados con imprimirle sentido humano a las cosas. Un delgado idealismo secular se ha convertido en la actitud vital dominante. El mundo se ha visto como algo que debe ser rehecho a nuestra imagen. La noción de que el propósito de la vida no es la acción, sino la contemplación, ha desaparecido prácticamente”.2 Esa parece ser la pregunta que subyace en su trabajo: ¿y si regresamos a la contemplación? Tal vez el propósito de la vida es, simplemente, ver.

1 “Modus Vivendi”, en John Gray, Grays Anatomy. Selected Writings, Allen Lane, 2009, p. 43.2 Ibíd., p. 417.

Jesús Silva-Herzog Márquez. Profesor del Departamento de Derecho del ITAM. Entre sus libros: La idiotez de lo perfecto y Andar y ver.


Por qué es imposible ganar
la «guerra contra el terror»

Por John Gray
5 octubre, 2017

El escritor, filósofo y profesor John Gray (1948) considera que cualquier movimiento utópico en Occidente está informado por el pensamiento apocalíptico del cristianismo primitivo y medieval, y la cruzada contra el terrorismo estadunidense no es la excepción. Sin embargo, en esta confrontación no hay un enemigo claro contra el que se pueda dirigir una campaña bélica y por lo tanto, nada que permita eventualmente cantar victoria. A continuación un fragmento de Misa Negra (Sexto Piso, 2017), recién publicado, en donde Gray explica esta tesis.

«La literatura especializada en contrainsurgencia que se ha escrito desde los años cincuenta es tan abundante que, si alguien la hubiera subido a bordo del Titanic, éste se habría hundido sin intervención alguna del iceberg. Aun así, lo más extraordinario es que casi toda ella ha sido obra de los perdedores».
Martin van Creveld1

En septiembre de 2006, se filtró a la prensa un informe secreto (del que luego se publicarían varias secciones) que recababa información de dieciséis agencias de inteligencia estadounidenses y apuntaba a la invasión estadounidense de Irak como «factor central» de fomento del terrorismo islamista en todo el mundo.2 Esta valoración no era ninguna sorpresa para los numerosos analistas que, desde mucho antes del inicio de la guerra, preveían que ésta tendría dicho resultado y auguraban que la invasión impulsaría el reclutamiento de terroristas y les proporcionaría un extenso campo de entrenamiento. Algunos llegaron a adelantar, también, que la insurgencia iraquí contra la ocupación estadounidense sería imposible de derrotar. Si, pese a todas esas advertencias, la guerra se emprendió de todos modos, fue porque los políticos que la idearon lograron convencer a la opinión pública de que ésta formaba parte de la llamada «guerra contra el terror». La agresión contra Irak fue descrita por algunos sectores del Pentágono como un movimiento o jugada dentro de una «guerra prolongada»: una especie de contienda multigeneracional en la que los ataques preventivos y los cambios de régimen son armas que se usan con el ánimo de derrotar al terrorismo en todo el mundo. En otras reflexiones estadounidenses más recientes sobre cuestiones estratégicas, se ha apuntado la importancia crucial de las estrategias no militares para combatir el terrorismo. Pero, aun así, sigue viva la creencia de que, para enfrentarse al terrorismo, hay que derrotar a una especie de «insurgencia global» (lo que, en el fondo, no es más que un modo más sofisticado de hablar sobre cómo librar una «guerra global contra el terror»).3 La idea misma de una guerra de ese tipo es ya de por sí cuestionable. El terrorismo es un término genérico bajo el que se engloban múltiples formas de guerra no convencional, cada una con sus causas y sus remedios diferenciados. Agruparlas todas dentro de una única amenaza global denota una clara incomprensión del fenómeno. El terrorismo es un candidato perfecto para ser objeto de juicios morales desprovistos de cualquier matiz. Para quienes conciben el contraterrorismo como una cruzada para poner «fin a un mal»,4 analizar el terrorismo sin condenarlo es un ultraje. Pero tal vez sea más útil (y, en última instancia, más moral) el análisis amoral que suelen llevar a cabo los estrategas militares.

En su sentido más preciso, por «terrorismo global» se entiende una proporción pequeña (aunque en constante aumento) de la guerra no convencional que se produce en el conjunto del planeta en un momento dado. Buena parte de lo que hoy se califica de terrorismo era considerado en el pasado como una forma de insurrección o de conflicto civil, y constituía un tipo de enfrentamiento al que se le reconocía una naturaleza esencialmente local. Técnicas como la detonación de artefactos explosivos contra edificios gubernamentales o el asesinato de autoridades públicas forman parte habitual del repertorio de los movimientos de liberación nacional y han sido empleados históricamente en lugares tan diversos como Palestina y Malaca bajo dominio británico, en la Argelia francesa y en Vietnam durante la ocupación estadounidense. Las técnicas terroristas se usan porque son baratas y muy efectivas. Normalmente, sólo se emplean a gran escala y durante un período prolongado de tiempo en circunstancias de conflicto grave y cuando otros métodos han fracasado. Dicho de otro modo, el terrorismo suele ser una estrategia racional.

Hoy forma ya parte del discurso occidental vincular el terrorismo a la cultura árabe y al culto islámico del martirio. Sin embargo, el islam es una religión, no una cultura, y la mayoría de los que viven en el «mundo islámico» no son árabes. El terrorismo en Indonesia no puede explicarse aludiendo a actitudes culturales que normalmente son atribuidas a los árabes (de un modo que, de ser aplicado a otros grupos, sería merecidamente condenado como racista). El terrorismo suicida no es una patología que afecte a una cultura particular y tampoco tiene vínculos estrechos con la religión.

Gran parte del terrorismo es como otros tipos de estrategia militar. Las guerras se desarrollan casi siempre dentro de las fronteras de una misma cultura o entre culturas distintas. Las dos primeras guerras mundiales empezaron como conflictos intraeuropeos, la guerra chino-japonesa fue librada por dos países pertenecientes al mundo cultural confuciano, y la guerra Irán-Irak fue intraislámica. Las guerras de los Balcanes de la década de 1990 enfrentaron a bandos separados por líneas étnico-nacionales, no religioso-culturales (cristianos y musulmanes formaron frecuentes alianzas). La idea de que las guerras son conflictos entre civilizaciones (surgida de una disputa interna estadounidense en torno a la cuestión del multiculturalismo y no como un auténtico intento de interpretación de las relaciones internacionales) no está respaldada por los hechos.5

Aplicada a los métodos militares no convencionales, cualquier referencia a un supuesto choque de civilizaciones carece de sentido alguno. Fueron los Tigres tamiles, un grupo marxista-leninista que actúa dentro de una cultura hindú en Sri Lanka, los primeros que idearon la técnica del atentado suicida con bomba (incluido el chaleco con explosivos que luego adoptarían los palestinos). Hasta la guerra en Irak, los Tigres tamiles habían cometido más atentados de ese tipo que ningún otro movimiento en el mundo. Los pioneros de los secuestros aéreos fueron los miembros de la Organización para la Liberación de Palestina, de carácter laico, ayudados por grupos de ultraizquierda como la Facción del Ejército Rojo. Fue concretamente un miembro japonés del Ejército Rojo quien llevó a cabo el primer atentado suicida en Israel en 1972.

El atentado suicida con bomba es una técnica que ha sido adoptada por personas de culturas y creencias diversas con el fin de conseguir unos objetivos políticos. En el primer estudio empírico riguroso que se ha realizado sobre el tema, Morir para ganar: las estrategias del terrorismo suicida,6 Robert Pape ha analizado todos los casos conocidos entre 1980 y 2004 y ha descubierto que más del 95 % de los incidentes tenían fines claramente políticos. Ya fuera en Chechenia, Sri Lanka, Cachemira o Gaza, el objetivo era la expulsión de una fuerza ocupante. Los orígenes étnicos y religiosos de quienes perpetraron los atentados eran muy diversos. En el Líbano, Hezbolá organizó una campaña contra objetivos franceses, estadounidenses e israelíes entre 1982 y 1986 en la que llevó a cabo 41 atentados suicidas (incluido el que, en 1983, provocó la muerte de más de cien marines y motivó la repentina decisión del presidente Reagan de retirar las fuerzas estadounidenses de aquel país). De éstos, sólo ocho fueron cometidos por integristas islámicos, 27 fueron obra de grupos políticos laicos de izquierda (como el Partido Comunista del Líbano) y otros tres fueron atribuidos a cristianos. Todas las personas implicadas en la autoría de aquellas acciones habían nacido en el Líbano, pero, por lo demás, eran muy diferentes entre sí. Estos terroristas suicidas de Hezbolá no se correspondían con ningún perfil reconocible de marginación social (una de las suicidas cristianas, por ejemplo, era una profesora de secundaria con título universitario). El único factor que los conectaba entre sí era su adhesión a un conjunto de objetivos políticos. Las condiciones que resultan decisivas a la hora de producir una violencia terrorista a largo plazo y a gran escala no son culturales ni religiosas, sino políticas. Allí donde se dan, cualquiera puede convertirse en un terrorista.

El terrorismo no está siempre al servicio de una estrategia racional, como ya hemos visto. La fe apocalíptica desempeñó un papel central en el terror de Estado desde los tiempos de los jacobinos hasta los de los bolcheviques y los nazis. Los movimientos terroristas autóctonos de Estados Unidos están movidos por mitos similares: las milicias derechistas que engendraron al terrorista que atentó con una furgoneta bomba en Oklahoma, Timothy McVeigh, se inspiraban en una ideología neonazi que auguraba una catástrofe y una renovación violenta en Estados Unidos, y el Ejército de Dios (un grupo terrorista integrista cristiano que asesina a médicos que practican abortos) califica de satánico al Estado de su país. En Japón, el movimiento Aum, que liberó gas sarín en el metro de Tokio y trató de obtener reservas del virus Ébola para utilizarlas en nuevos atentados, también se adscribía a una visión apocalíptica del mundo, aunque reclutaba a sus miembros en círculos profesionales (sobre todo, científicos) y no en los colectivos marginales de los que surgen muchas de las personas que se unen a las milicias derechistas estadounidenses. Toda esta clase de terroristas tienen más en común con los miembros de las sectas que con los soldados y los estrategas de Hezbolá o de los Tigres tamiles.

El terrorismo de Al Qaeda tiene dimensiones tanto estratégicas como apocalípticas.7 Tras haberse metamorfoseado en nuevas formas desde los atentados del 11-s, Al Qaeda es hoy más una trama poco conexa de grupos afines que una red global organizada. El control operativo se ha desplazado desde el núcleo original hacia centros de mando regionales y locales, y sus redes están cada vez más estructuradas en torno a internet. Fundada hacia el final de la Guerra Fría, durante el conflicto afgano-soviético en el que fue usada como agente de Occidente, Al Qaeda se ha convertido en una entidad descentralizada y eminentemente virtual cuyos fines están hoy mucho menos definidos que en el pasado. Esto ha sido, en parte, una respuesta a la acción militar occidental: aunque la destrucción del régimen talibán inhabilitó la mayoría de las unidades existentes en aquel momento, desde la invasión de Irak han surgido otras nuevas. Los objetivos originales de Al Qaeda eran claros (la retirada de las fuerzas estadounidenses de Arabia Saudí y la destrucción de la Casa de Saud), pero, en la actualidad, ha pasado a ser el vehículo de una ira incipiente. Esta nueva fase se ha manifestado en una yihad violenta que ha dejado una serie de atentados terroristas en el Reino Unido, España y Holanda, a los que no cabe definir como un simple rechazo a unas políticas occidentales concretas, sino como una muestra de repulsa de las sociedades occidentales en general.8

Al Qaeda es la única red terrorista que tiene alcance global. En esto, como en otros aspectos, es un subproducto de la globalización. El islamismo radical suele ser interpretado como una reacción violenta contra la modernidad, pero no deja de ser sorprendente lo mucho que las vidas de los secuestradores aéreos del 11-s se correspondían con el estereotipo de la anomia moderna. Instalados en una existencia seminómada, no se les podía considerar miembros de ninguna comunidad en concreto, por lo que es fácil deducir que recurrieron al terror más para dar un sentido a sus vidas que para promover un objetivo concreto. Dedicándose al terrorismo, dejaron de ser vagabundos para convertirse en guerreros. La mayoría de los secuestradores eran musulmanes practicantes desde hacía poco: habían «renacido» al islam en Europa. El islam que ellos representan no existe en las culturas tradicionales. Es una versión del fundamentalismo que sólo pudo desarrollarse al entrar en contacto con Occidente. Es la propia globalización la que sirve de puntal a la imagen utópica de una comunidad mundial de creyentes. Olivier Roy, el estudioso francés que ha elaborado un riguroso análisis sociológico del islam global, ha señalado precisamente que es «la creciente desterritorialización del islam la que propicia la reformulación política de una umma imaginaria».9

Hay quien ha comparado Al Qaeda con los terroristas anarquistas de finales del siglo XIX y existen sin duda puntos de similitud entre éstos y aquélla. Desde la destrucción del régimen de los talibanes, Al Qaeda no ha actuado al amparo de ningún Estado y se ha centrado en destruir los Estados existentes más que en fundar otros nuevos. Al Qaeda se diferencia del terrorismo anarquista, en parte, por la crueldad de los métodos de aquélla (los anarquistas tenían como objetivo principal a autoridades estatales, mientras que Al Qaeda se ha especializado en atentar contra la población civil) y, en parte también, por la base de masas que está adquiriendo. El terrorismo anarquista era la obra de una minúscula secta que nunca contó con apoyo popular; Al Qaeda, por el contrario, atrae actualmente a un gran número de musulmanes desafectos, muchos de los cuales viven en los países occidentales. En semejantes circunstancias, no será fácil impedir que se produzcan nuevos atentados como los ya vividos en Nueva York, Washington, Bali, Madrid, Ankara, Londres y otras ciudades.

El peligro del terrorismo islamista es real, pero declarar la guerra al mundo no es un modo sensato de abordarlo. Con la salvedad de unos pocos países –como Arabia Saudí, Israel e Irak–, los terroristas plantean un problema de seguridad más que una amenaza estratégica. No hay un enemigo claro contra el que se pueda dirigir una campaña bélica ni ningún punto que permita, una vez alcanzado, cantar victoria en esa guerra. Como se ha señalado con frecuencia, desactivar a los terroristas es una labor de tipo policial que precisa del apoyo de las comunidades de acogida de éstos. Y dicha labor no se ve en absoluto facilitada por guerras sin sentido libradas en el territorio de países islámicos ni por políticas discriminatorias contra los musulmanes en los países occidentales. Aunque la acción militar concentrada puede resultar eficaz en ocasiones (como fue el caso de la destrucción de las bases de entrenamiento en Afganistán), las operaciones militares convencionales son habitualmente contraproducentes. La mejora de las medidas de seguridad y la implicación política constante son las únicas estrategias que han cosechado algún éxito a la hora de mantener el terrorismo bajo control.

Fue una estrategia de ese tipo la que funcionó en Irlanda del Norte.10 Aunque el ira y los grupos escindidos que actuaban en su entorno estaban embarcados en una auténtica campaña de insurgencia, el terrorismo que cometían no fue nunca tratado como un acto de guerra. Se les trataba como delincuentes y, tras un período inicial en el que se cometieron algunos errores (incluido el internamiento masivo de sospechosos de terrorismo), el objetivo general de la política del gobierno británico fue el de separar a los terroristas de sus comunidades de apoyo y desviar la acción de sus líderes hacia cauces políticos. Ni los graves atentados cometidos durante esos años (incluidos los asesinatos de varias figuras británicas clave y hasta un intento de descabezar el gobierno británico atentando con explosivos contra el congreso del Partido Conservador en Brighton, en 1984) alteraron la estrategia y ésta dio resultado. La violencia terrorista es hoy mucho más reducida en Irlanda del Norte y en Gran Bretaña.

Uno de los principales obstáculos para afrontar la amenaza terrorista es suponer que es completamente distinta a cualquier otro fenómeno del pasado. Al Qaeda es distinta de los movimientos terroristas anteriores porque actúa en todo el mundo, pero la aparición de este terrorismo global no ha implicado un salto cualitativo en las relaciones internacionales como postularon algunos teóricos estadounidenses. Philip Bobbitt, por ejemplo, ha llegado a sostener que el terrorismo global refleja el declive del sistema surgido del Tratado de Westfalia, que está siendo sustituido en la actualidad por un orden liderado por Estados Unidos en el que la soberanía estatal ha dejado de existir como tal. En este nuevo sistema, la tarea principal de los Estados ya no será la de hacerse eco de los valores de sus ciudadanos, sino que serán «Estados-mercado», al servicio de la economía global. La instauración de este nuevo sistema conllevará una serie de conflictos trascendentales entre los que se incluirán varias «guerras contra el terror». Durante todo este período, Estados Unidos (que, supuestamente, encarna como ninguno ese nuevo tipo de Estado que el resto del mundo pugna por conseguir) se enfrentará a la necesidad de emprender ataques «anticipatorios» contra regímenes díscolos que se nieguen a aceptar los términos del nuevo orden global.11
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Aunque desarrollado con mayor rigor, el análisis de Bobbitt tiene mucho en común con el de Fukuyama. Ambos creen que se ha iniciado un proceso histórico en el que una versión del sistema político estadounidense se está extendiendo a gran parte del mundo. A diferencia de Fukuyama, que creía que el fin de la historia sería pacífico, Bobbitt prevé que ese momento estará salpicado de guerras a gran escala. Pero, como Fukuyama, está convencido de que ya se está produciendo un gran giro en los asuntos de la familia humana. Como bien ha comentado el francés Bernard-Henri Lévy, «hemos infravalorado la importancia y la centralidad de la forma de pensar de Fukuyama en la ideología estadounidense contemporánea».12

Salvo muy contadas excepciones, los analistas estadounidenses han interpretado los grandes cambios observados en las relaciones internacionales durante las dos últimas décadas como síntomas de que el viejo mundo de las divisiones étnicas y religiosas, y de los conflictos entre las grandes potencias, está tocando a su fin. Ésa es una creencia que evidencia más la pervivencia de toda una serie de hábitos de pensamiento basados en la fe que una visión nítida de la realidad. El auténtico giro que está actualmente en marcha va justamente en el sentido opuesto: han reaparecido todos los viejos conflictos, aunque con nuevos protagonistas y un papel disminuido para Estados Unidos. El único cambio significativo reside en las nuevas tecnologías, que llevan esos conflictos a una nueva escala. En términos operativos, la obsolescencia de la soberanía estatal se traduce en una supuesta soberanía ilimitada de un único país: Estados Unidos, que en los últimos años ha venido tratando su propia legislación como si ésta tuviera jurisdicción universal. Sin embargo, las condiciones en las que Estados Unidos podía ejercer esa autoridad han dejado de existir (si es que alguna vez existieron). Acelerada por la guerra de Irak, la decadencia del poder estadounidense –un fenómeno consustancial a la propia globalización– ha hecho que Estados Unidos sea hoy sumamente dependiente de otras naciones. Estados Unidos está supeditado a otros países en temas como el acceso a los recursos naturales, la financiación de su creciente deuda y la ayuda diplomática para abordar las crisis internacionales. El único poder unilateral que conserva es el poder de bombardear, cuyos límites han quedado patentes en Irak.

Lejos de seguir a Estados Unidos convirtiéndose en Estados-mercado, otros países están emulando al gigante norteamericano en lo que respecta a la reafirmación de su soberanía nacional. Estados Unidos nunca ha llegado a ser un Estado-mercado: los imperativos mercantiles han ocupado casi siempre un segundo plano frente a los de la seguridad y la identidad nacionales. China, India y Rusia se comportan actualmente como Estados Unidos ha hecho hasta ahora utilizando los mercados globales para potenciar su poder en el mundo, justamente cuando el poder estadounidense se halla en franco declive. El resultado de todo ello es un mundo que se está volviendo sistemáticamente más pluralista, aunque no necesariamente más seguro. El sistema de Estados soberanos ha pasado a una nueva fase en la que nuevas potencias desafían el statu quo y compiten entre sí (un proceso que ya ha sucedido muchas veces con anterioridad).13

Tampoco la amenaza terrorista marca (salvo en un aspecto crucial) un cambio trascendental en la historia. Aunque los atentados del 11-s tuvieron algunos precedentes (como los atentados previos contra las embajadas estadounidenses en África, por ejemplo), su escala fue mucho mayor y su autoría correspondió a una red globalizada como ninguna otra hasta entonces. Aun así, y pese a esas diferencias, el 11-s fue un paso adicional en la evolución ya observada de tipos preexistentes de acción bélica no convencional, pero no un cambio cualitativo en la naturaleza del conflicto. Ayudada de internet (que hace posible que yihadistas violentos que jamás se habían conocido en persona formen células virtuales), Al Qaeda está ampliando su influencia y su alcance. Al mismo tiempo, las innovaciones en el armamento están mejorando el arsenal disponible para grupos como Hamás y Hezbolá. Pero el terrorismo islamista no aplica una estrategia conjunta coherente y no puede contar con los recursos que cualquier gran potencia tiene a su disposición. Sigue estando lejos de constituir una amenaza mortal para la vida civilizada como las que fueron combatidas y derrotadas en el siglo XX. Esta situación cambiará si algún grupo terrorista obtiene acceso a los medios de destrucción masiva. Al Qaeda no ha sido la única que ha mostrado interés por los métodos de la guerra biológica: también lo han hecho sectas como Aum. La informática hace posibles ciertas formas de acción ciberbélica que pueden conmocionar las infraestructuras de las sociedades modernas (centrales eléctricas y aeropuertos, por ejemplo) y tienen también el potencial de causar víctimas a gran escala. El riesgo más catastrófico es el que supondría el terrorismo nuclear. Mediante el uso de «maletines bomba» o de «bombas sucias» (explosivos convencionales sazonados con residuos radiactivos), los terroristas podrían matar a cientos de miles de personas y paralizar la vida social y económica. Obviamente, los materiales necesarios para la fabricación de esa clase de dispositivos se hallan fuertemente custodiados, pero si alguno de los Estados nucleares que hay hoy en el mundo sufriera un episodio de desestabilización, el riesgo de que aquéllos cayeran en manos terroristas sería mucho más elevado. Ese riesgo se halla posiblemente muy presente ya hoy en día en Pakistán, un Estado semifallido en el que las fuerzas fundamentalistas cuentan con una fuerte raigambre. Y el asesinato de Aleksandr Litvinenko, un ex agente de inteligencia ruso que falleció en Londres en noviembre de 2006, a las pocas semanas de recibir una dosis letal de radiación, nos indica que el terrorismo nuclear puede ser ya una realidad.

Las políticas seguidas por Estados Unidos no han hecho más que acelerar el riesgo de esa proliferación. Corea del Norte adquirió la capacidad nuclear a partir de una transferencia de conocimientos técnicos desde Pakistán (un país cuyo papel en la «guerra contra el terror» lo ha aislado de toda presión eficaz para frenar filtraciones de ese tipo). Los riesgos también se acentuaron por culpa de la retirada de los acuerdos de control de armamentos decidida por la administración Bush y por el cambio en la doctrina nuclear estadounidense, que permite actualmente el uso preventivo de armamento atómico contra aquellos países de los que se sospeche que cuentan con programas de adm.14 Pero, por encima de todo, tras lo de Irak, ahora todo el mundo sabe que la única manera de asegurarse frente a un ataque estadounidense es poseyendo la capacidad en armamento de destrucción masiva de la que Sadam carecía. Según un comunicado de la Agencia Internacional de la Energía Atómica publicado en noviembre de 2006, seis países islámicos han expresado su deseo de adquirir tecnología nuclear. Todos ellos –Argelia, Egipto, Marruecos, Túnez, Emiratos Árabes Unidos y Turquía– recalcan que la quieren utilizar con fines pacíficos, pero es muy posible que ya haya dado inicio una auténtica carrera armamentística nuclear. Otros países (como Nigeria y Jordania) podrían estar también interesados. Y no cabría excluir la posibilidad de que el Estado de Irak –si es que sigue existiendo como tal– llegue un día a adquirir una capacidad nuclear como la que la intervención militar preventiva estadounidense pretendió frustrar en un principio.

En Estados Unidos, parece haber quien opina que un ataque contra Irán serviría para evitar esa proliferación, pero, como en el caso de Irak, el efecto sería justamente el contrario: la potenciaría. Una extensa franja de territorio en Oriente Medio y Asia (que actualmente contiene tres escenarios de guerra como son Irak, Palestina y Afganistán) se convertiría en una zona continua de conflicto armado,15 y, al mismo tiempo, se confirmaría aún más la lección que muchos países han extraído ya de lo sucedido en Irak (a saber, que el único modo de estar seguros frente a un ataque estadounidense es poseyendo armas nucleares). Por otra parte, es muy posible que ningún ataque consiguiera frenar el programa nuclear iraní. Pese a su diversidad étnica, Irán, a diferencia de otros muchos países de la región, es un Estado bastante cohesionado. Hogar de una antigua y rica civilización persa, en Irán se practica actualmente una democracia sui generis (que, a efectos prácticos, constituye una versión más estable del sistema que se está desarrollando en Irak) que otorga cierta legitimidad a sus líderes. Una ofensiva aérea estadounidense podría incrementar aún más la legitimidad de esos dirigentes, que ya han visto aumentar su popularidad gracias al programa nuclear. Ni siquiera si acabara desarrollándose una versión más liberal de democracia en aquel país, habría garantía alguna de que Irán renunciase a sus ambiciones nucleares. En el peor de los casos, una campaña de bombardeos podría fracasar en su propósito de destruir el programa nuclear, debilitando al mismo tiempo al gobierno del país hasta el punto de que éste ya no pudiera ejercer control alguno sobre las instalaciones nucleares realmente existentes en su territorio. Y no olvidemos que un ataque de Estados Unidos podría desencadenar una fuerte agitación en muchos Estados islámicos, incluido Pakistán (que ya es hoy una potencia nuclear y que podría acabar convirtiéndose, sin mucha dificultad, en un Estado fallido más).

Desde el punto de vista de la seguridad global, pocas cosas pueden ser más importantes que impedir la filtración de la tecnología nuclear fuera del control de los Estados. La doctrina de la «destrucción mutua asegurada» (o mad, según sus iniciales en inglés) impidió el uso de armas nucleares durante más de medio siglo. Puede que esa clase de disuasión no ofrezca completas garantías de seguridad frente a un Estado nuclear liderado por un profeta apocalíptico, pero, dado que siempre habrá algunos de sus dirigentes que querrán seguir con vida, proporciona cierta protección. Ahora bien, cuando el enemigo es una red elusiva con ramificaciones en cualquier lugar del mundo, la disuasión queda completamente desactivada. No se puede amenazar con la aniquilación a los agentes de una posible destrucción masiva cuando se desconoce la identidad de éstos. El analista estadounidense de control de armamentos Fred Ikle ha escrito que «la historia militar no nos ofrece lecciones que sirvan a las naciones para afrontar una dispersión global continuada de los medios de destrucción catastrófica».16 Una parte importante de esa tarea pasa por impedir el colapso de los Estados.

Muchos Estados se han derrumbado a lo largo de la historia (baste recordar los siglos de anarquía que siguieron a la caída del Imperio romano, o el período de los Reinos Combatientes en la antigua China). En el futuro, no siempre será posible evitar que los Estados se descompongan, pero alentar ese fracaso es una insensatez, especialmente en un momento en el que el desarrollo tecnológico hace de la anarquía una amenaza mucho más grave que nunca antes en la historia. Y, sin embargo, eso es lo que se está consiguiendo en la práctica hoy en día cuando se derriban gobiernos sin tener la capacidad suficiente para imponer otro orden sustitutivo de aquéllos. La «guerra contra el terror» es el síntoma de una mentalidad que espera con ilusión la llegada de un cambio sin precedentes en el mundo humano: el fin de la historia, la desaparición del Estado soberano, la aceptación universal de la democracia y la derrota del mal. Ése es el mito central de la religión apocalíptica planteado en términos políticos, y el común denominador que unía los proyectos utópicos fracasados de la pasada década. La promesa de una transformación inminente era algo más que un cínico ardid con el que unos dirigentes que no creían en ella pretendían enmascarar políticas que se adoptaban en realidad por otros motivos. Bush y Blair creían de verdad en la inminencia de un cambio (o, al menos, en la posibilidad de propiciarlo), y lo mismo sucedía con los neoconservadores y los intervencionistas liberales que apoyaron las decisiones de aquéllos en Irak. El Apocalipsis no llegó y la historia siguió adelante como siempre, pero con unas gotas de sangre de más.


John Gray

1 Martin van Creveld, The Changing Face of War: Lessons of Combat, from the Marne to Iraq, Nueva York, Ballantine Books, 2006, pág. 229.

2 Véase «Campaign in Iraq has increased terror threat, says American intelligence report», Guardian, 25 de septiembre de 2006.

3 Sobre el concepto de «guerra prolongada» de Donald Rumsfeld, véase «Rumsfeld offers strategy for current war: Pentagon to release 20-year plan today», Washington Post, 3 de febrero de 2006. El Counter-insurgency Field Manual, del Ejército de Tierra y el Cuerpo de Marines de Estados Unidos, publicado en diciembre de 2006, contiene un análisis más sofisticado de esa idea. Véase www.military.com, 16 de diciembre de 2006, «New Counter-Insurgency Manual».

4 Véase, por ejemplo, David Frum y Richard Perle, An End to Evil: How to Win the War on Terror, Nueva York, Random House, 2003.

5 Samuel P. Huntington expuso la teoría del «choque de civilizaciones» en su libro The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Nueva York y Londres, Simon and Schuster, 1996 [trad. cast.: El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelona, Paidós, 1997]. Yo la he evaluado más a fondo en «Global Utopias and Clashing Civilisations», International Affairs, vol. 74, n.º 1, enero de 1998, págs. 149-163.

6 Robert A. Pape, Dying to Win: The Strategic Logic of Suicide Terrorism, Nueva York, Random House, 2005 [trad. cast.: Morir para ganar: las estrategias del terrorismo suicida, Barcelona, Paidós, 2006].

7 Reflexiono sobre la evolución de Al Qaeda en la nueva introducción («Introduction») a mi libro Al Qaeda and What It Means to Be Modern, Londres, Faber, 2.ª ed., 2007 [trad. cast. (de la 1.ª ed.): Al Qaeda y lo que significa ser moderno, Barcelona, Paidós, 2004].

8 Para un relato y un análisis soberbios del desarrollo de Al Qaeda, véase Lawrence Wright, The Looming Tower: Al-Qaeda and the Road to 9/11, Nueva York, Knopf, 2006.

9 Olivier Roy, Globalised Islam: The Search for a New Ummah, Londres, Hurst, 2004, pág. 44 [trad. cast.: El islam mundializado, Barcelona, Bellaterra, 2003].

10 Martin van Creveld ofrece una descripción de la estrategia británica en Irlanda del Norte en The Changing Face of War, págs. 229-236.

11 Véase Philip Bobbitt, The Shield of Achilles: War, Peace and the Course of History, Londres, Allen Lane, 2002.

12 Bernard-Henri Lévy, American Vertigo: On the Road from Newport to Guantanamo (in the Footsteps of Alexis de Tocqueville), Londres, Gibson Square, 2006, pág. 328 [trad. cast.: American vertigo, Barcelona, Ariel, 2007].

13 Para un análisis del sistema internacional desde un enfoque realista, véase el brillante opúsculo del ya fallecido Paul Hirst, War and Power in the 21st Century, Cambridge, Polity Press, 2001.

14 Para un análisis informativo de los cambios producidos en la doctrina nuclear estadounidense, véase William Arkin, «Not Just a Last Resort», Washington Post, 15 de mayo de 2005.

15 Véase Paul Rogers, «Iran: Consequences of a War», Briefing Paper, Oxford Research Group, 2006, http://www.oxfordresearchgroup.org.uk/publications/briefings/IranConsequences.htm.

16 Fred Charles Ikle, Annihilation from Within: The Ultimate Threat to Nations, Nueva York, Columbia University Press, 2006, pág. xiii.

4 comentarios:

  1. 1.) La luz de los 30 años transcurridos desde que Ezra Shabot escribió en 1991 “Golfo Pérsico: El mundo de la posguerra” que “las hipótesis que suponían la catástrofe de occidente en esta campaña resultaron totalmente erróneas” ¿Estaba en lo cierto Shabot? ¿fue lo suficientemente de visión estratégica Shabot o de visión cortoplacista?¿qué ha ocurrido realmente después de pasados estos treinta años en el Golfo Pérsico? Comente.
    Esto es relativo, pues no se sabe si se está en la post guerra del golfo pérsico o en la guerra prolongada no convencional. L guerra del golfo pérsico no es sólo el escenario de invasión iraquí a Kuwait, hay muchas otras condiciones y acciones de guerra, que incluso pueden apuntar hacia el hilado de guerras entre las que se incluye la de Irak-Irán.

    2). Según Shabot, “los pronósticos sobre las consecuencias de decadencia norteamericana -europea y el potencial de una cultura islámica bajo la dirección de un dictador carismático como Saddam Hussein, se hicieron añicos ante una nueva realidad”. ¿Puede evaluarse la decadencia de un imperio por una determinada coyuntura?¿esto no es una inferencia que conduce a una falacia o un sofisma?
    El autor parte de la crítica a Saddam Husseim y el apoyo popular que tenía, el cual según ella se derrumbó ante el imperio de los EEUU. Husseim fue ahorcado en el 2006, y su persecisión fue el inicio de la guerra de Irak. La verdad sobre Saddam Husseim y su alianza ó oposición con los EEUU es realmente un tema a investigar. Lo que sí se puede establecer es que la victoria de las intenciones de los EEUU no implica necesariamente su posicionamiento imperial, por el contrario, somos del criterio de que ese imperio y su sistema está en decadencia.

    3.) ¿Cómo se muestra a la luz de estas tres décadas el potencial de la cultura islámica? que no necesariamente se manifiesta por uno u otro de sus líderes sino por la propiedad de los pueblos de autorregular su cultura para resistir la transculturalidad, los embates políticos y persistir en su independencia. Reflexione.
    Su cultura es una herramienta de combate delos ataques del imperio, el sentido de identidad, soberanía e independencia son valores que están presente en el sentido nación de la cultura islámica. Por eso promueven una Conferencia Internacional de Paz, la creación de un Consejo de Cooperación y Seguridad en el Medio Oriente que sirviese como mecanismo de integración entre estos países. Todo esto forma parte de su identidad cultural.

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  2. 4. ¿Por qué concluye Ezra Shabot que el cambio en la estructura de poder internacional modificó sustancialmente la estrategia de las potencia de Occidente?¿En qué consistió la nueva estrategia a partir de 1990-1991? Explique.
    Los gobiernos árabes miembros de la coalición comienzan a hablar en términos de una alianza política e incluso ideológica con occidentes cambios en las posiciones de gobiernos y el imperio de los EEUU sencillamente se adapta de acuerdo a las alianzas y conquistas alcanzadas por vía política. Dependiendo se eso se avanza hacia enfrentamientos convencionales y no convencionales.

    5. Según el editorial de Nexos “La nueva amenaza global” de octubre de 2001 (un mes después del atentado a las Torres Gemelas): “El daño infringido en un escenario inaceptable ha sido suficiente para cambiar de manera radical la estrategia del mundo desarrollado, con Estados Unidos a la cabeza, respecto del terrorismo internacional (…) Estados Unidos tiene por fin el enemigo y la causa que necesitaba para funcionar como una potencia con misión”. ¿Qué logró EEUU con “funcionar como una potencia con misión”?¿Funcionaba antes EEUU como una potencia sin objetivos o misión?. Reflexione.
    La situación de las torres gemelas detono el inicio de guerras con el alegato del terrorismo internacional. Estados Unidos tiene por fin el enemigo y la causa que necesitaba para funcionar como una potencia con misión, el enemigo que había buscado inútilmente en el narcotráfico, los daños ecológicos o el sida, la causa que había inspirado sus cruzadas por la democracia, los derechos humanos, el libre mercado. Ahora ya puede desde el terrorismo avanzar hacia nuevos modos de guerra, que incluso sucumban límites territoriales.

    6. Esta afirmación de Nexos: “el enemigo que había buscado inútilmente en el narcotráfico, los daños ecológicos o el sida, la causa que había inspirado sus cruzadas por la democracia, los derechos humanos, el libre mercado”, ¿podía sugerir que entre 1991 y 2001 EEUU creó tensiones justificativas para apoderarse del Medio Oriente hasta que ideó un auto-atentado contra el símbolo de las Torres Gemelas y obtener el respaldo de la población para desencadenar la guerra contra quienes en 1991 los había definido como gobiernos protectores del terrorismo? Comente.
    Si, tal y como se plantea en la pregunta anterior, es el alegato perfecto para iniciar guerras en Irak, Libia, Sudán, Argelia en el medio oriente. El terrorismo se convierte hoy en un nuevo escenario de guerra, que puede llegar hasta tercera guerra mundial. La guerra globalizada.

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  3. 7. La lógica de la guerra imperialista y su estrategia la expresó la revista Nexos al interpretar el ideal de George W.Bush en 1991 cuando afirma: “Los países que sigan protegiendo grupos terroristas en su territorio se volverán blancos potenciales del poderío militar americano y sus aliados. En primer sitio, Afganistán. Pero hacen fila por sus propios méritos Irak, Libia, Sudán, Argelia”. ¿Está expresando Shabota en esta afirmación que la lucha contra el terrorismo emprendida por Bush fue una justificación para preparar la guerra y asesinar o derrocar en este orden a Sadam Hussein (2001), Muhamar Al Gadaffi (2011), Omar Al Bashir (2019) y a Abdelaziz Bouteflika (2019)? ¿cuáles serían los elementos que distinguen el caso de Argelia de los restantes en cuanto al por qué en Argelia el plan de EE.UU no se pudo realizar totalmente?. Responda.
    Si, el terrorismo se convierte en una excusa para la guerra de los EEUU. En este caso “La lucha contra el terrorismo”, que trajo secuelas en Afganistán, Irak, Libia, Sudán, Argelia; y si se relaciona con la emprendida realizada por Bush, fue parte de la justificación para preparar la guerra y asesinar o derrocar en este orden a Sadam Hussein (2001), Muhamar Al Gadaffi (2011), Omar Al Bashir (2019) y a Abdelaziz Bouteflika (2019).

    8. Diez años después de la invasión de EEUU a Irak el investigador Jhon Gray en 2011 ¿reconoce que tanto Gran Bretaña como EEUU eran expresión de la cultura de la tortura? ¿En qué consiste la posición irónica de Jhon Gray destacada por Jesús Silva-Herzog en su artículo? Comente y describa.
    Gray dice que desde antes de la guerra de IRAK la tortura era empleada en las guerra y hoy sigue en auge. El en su escrito irónicamente promovía la tortura pero era su modo irónico de pronunciarse contra ella, pues al parecer como lo describe pareciera que ella (la tortura) vino para quedarse. En su alegato el promovia diseñar un régimen moderno de tortura legal.

    9. Seis años después el propio Jhon Gray explica “Por qué es imposible ganar la «guerra contra el terror»? Reflexione sobre los argumentos de Gray y exponga si los cree convincentes o indique cuáles son falaces:
    El plantea eso porque la guerra vino para quedar y en esta coyuntura pareciera que el futuro por parte del imperio decadente de los EEUU es trata de sobrevivir desde la política de guerra. Aunado al alegato actual del terrorismo que le abre múltiples puertas en ese sentido.

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  4. 10. Esta definición de Gray requiere reflexión crítica: “El terrorismo es un término genérico bajo el que se engloban múltiples formas de guerra no convencional, cada una con sus causas y sus remedios diferenciados. Agruparlas todas dentro de una única amenaza global denota una clara incomprensión del fenómeno”. ¿En qué consiste ese fenómeno según Gray? Exponga su definición de terrorismo y coméntela.
    El fenómeno consiste en un «terrorismo global», multidimesional, multifacético, con múltiples actores y escenarios. Sobre este punto dice el autor: “Es un candidato perfecto para ser objeto de juicios morales desprovistos de cualquier matiz. Para quienes conciben el contraterrorismo como una cruzada para poner «fin a un mal», analizar el terrorismo sin condenarlo es un ultraje. Pero tal vez sea más útil (y, en última instancia, más moral) el análisis amoral que suelen llevar a cabo los estrategas militares.”

    11. ¿A qué se refiere esta tesis de Gray en su artículo del 2017?: “La idea de que las guerras son conflictos entre civilizaciones (surgida de una disputa interna estadounidense en torno a la cuestión del multiculturalismo y no como un auténtico intento de interpretación de las relaciones internacionales) no está respaldada por los hechos. Aplicada a los métodos militares no convencionales, cualquier referencia a un supuesto choque de civilizaciones carece de sentido alguno”. ¿A qué se refiere esta tesis? Comente.
    El autor dice: Se refiere a la cita que realiza de Samuel P. Huntington, quien explica que las guerras se desarrollan casi siempre dentro de las fronteras de una misma cultura o entre culturas distintas. Sin embargo en el caso de los EEUU las guerras se dan desde el multicultiralismo, e incluso la globalización como medio de dominación imperial.
    12- Con cuáles argumentos Gray critica la apreciación del grupo de analistas estadounidenses que según él sostienen una tesis falsa. Analice esto: “Salvo muy contadas excepciones, los analistas estadounidenses han interpretado los grandes cambios observados en las relaciones internacionales durante las dos últimas décadas como síntomas de que el viejo mundo de las divisiones étnicas y religiosas, y de los conflictos entre las grandes potencias, está tocando a su fin. Ésa es una creencia que evidencia más la pervivencia de toda una serie de hábitos de pensamiento basados en la fe que una visión nítida de la realidad. El auténtico giro que está actualmente en marcha va justamente en el sentido opuesto: han reaparecido todos los viejos conflictos, aunque con nuevos protagonistas y un papel disminuido para Estados Unidos. El único cambio significativo reside en las nuevas tecnologías, que llevan esos conflictos a una nueva escala. Señale los 3 argumentos que considere más lógicos.
    1. Las nuevas tecnologías llevan esos conflictos a una nueva escala con nuevas armas.
    2. Sugen nuevas excusas para atacar desde el terrorism.
    3. La defensión de la soberanía nacional es el mayor argumento.

    13-¿Por qué Jhon Gray omite o elude el origen del financiamiento a los grupos terroristas?¿puede un pueblo pobre gastar cientos de miles de dólares en armas y explosivos para hacer atentados o actos bélicos?. Reflexione sobre la postura de clase del autor al corroborar la omisión en sus escritos sobre el terrorismo.

    Porque si se descubre quien financia se devela el juego real.

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